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«En la vida hay algo peor que el fracaso: el no haber intentado nada»: La historia de tres empresarios del sector turístico que resurgieron de sus cenizas


Ana Alonso

Directora comunicación 

RRII de Escapada Rural


En la vida hay algo peor que el fracaso: el no haber intentado nada. Franklin D. Roosevelt.

Esta frase dice algo obvio en muy pocas palabras y, sin embargo, es sabido que en nuestro país no se estila mucho la cultura del fracaso. Es difícil que un español se sienta cómodo explicando una experiencia fallida, pero lo cierto es que la mayoría de negocios consolidados provienen de un pasado en el que se han superado problemas o incluso son fruto de la quiebra de proyectos anteriores.

En turismo no íbamos a ser menos… y en turismo rural la probabilidad de éxito con mayúsculas aún se complica más.

Hay que tener en cuenta que, según datos del Observatorio del Turismo Rural (proyecto de investigación que lideran Escapadarural.com, CETT-UB y Netquest), casi 3 de cada 10 propietarios de alojamientos indica que uno de los mayores problemas del sector es la falta de profesionalidad. Asimismo, un 68,8% de los mismos compatibiliza su dedicación al negocio con otra actividad laboral.

Dicho pluriempleo supone repartir esfuerzos y recursos entre dos focos, lo que es probable que en muchos casos ponga en riesgo su viabilidad. También hay que tener en cuenta que la mayoría de emprendedores de este tipo vinculan su proyecto a una cuestión vocacional, ya que un 30% indica que el origen de su puesta en marcha está en que “siempre les gustó la idea de tener un negocio de turismo rural”. Sin embargo, a 15 puntos porcentuales de distancia quedan los que pensaron en ello como una manera de “ganarse la vida”.

Todos estos datos configuran un mercado con carencias, donde la toma de decisiones no siempre se hace con el mejor criterio.

Por poner algunos ejemplos, ¿se pregunta el emprendedor de turismo rural cuál es la situación del mercado en el que se está introduciendo?, ¿analiza los datos?, ¿trabaja con un plan de negocio?, ¿hace un DAFO en base a lo que quiere que sea su proyecto?, ¿tiene claro cómo va a diferenciarse de su competencia?, ¿contempla la segmentación de clientes?, ¿asigna adecuadamente recursos a la promoción y mide los resultados de sus inversiones?, ¿incorpora criterios de comunicación estratégica para presentarse al mundo exterior? Quizá en otros sectores parezca lógico tener que resolver estas cuestiones antes de empezar a funcionar, pero creo que en turismo rural no se puede dar nada por supuesto.

En la última edición de nuestro congreso COETUR (Congreso Europeo de Turismo Rural) abordamos la cuestión del fracaso. Tres “valientes” se atrevieron a contar su experiencia, poniendo de manifiesto que el quid de la cuestión no estaba en el error, sino en la manera de rectificar. Por eso, para concluir esta reflexión sobre cómo resurgir de las cenizas me gustaría repasar brevemente estos casos y sacar conclusiones al respecto. Por un lado, contamos con Álvaro Alfaro, creador de GEAventura y fundador de Espacio Pachamama, co-working de deporte y naturaleza en Cuenca. Álvaro empezó su andadura empresarial muy joven, pero su primer socio abandonó el proyecto y se encontró en la encrucijada de no saber qué hacer con él. Finalmente, la casualidad (que también es un elemento a tener en cuenta), le llevó a un punto de partida diferente: fundar un espacio colaborativo donde se cruzan las sinergias entre diferentes actividades, todas relativas al turismo activo. Su singularidad ha hecho que un momento de incertidumbre acabase siendo la clave de su éxito empresarial.

Por otro lado, Carmen Sampedro, directora de Fun & Food Ocio Gastronómico, compartió su trayectoria profesional con todos nosotros y nos comentó que ésta pasó por dos fases. En un primer momento perdió su trabajo, dentro del ámbito de la promoción turística, y tuvo que reinventarse. Carmen creó así una agencia especializada en turismo gastronómico, que en Cantabria era aún un nicho de mercado desconocido. Para ella, una vez inmersa en esta nueva aventura, las claves de mejora residieron en dimensionar adecuadamente el negocio y, por otro lado, huir del “café para todos” apostando por una buena segmentación del cliente.

Por último, Luis Alfonso Apausa, propietario del Hostal Almanzor, relató su experiencia al frente de un negocio familiar en Gredos. Después de muchos años trabajando en el establecimiento, con la crisis llegó la caída de la demanda, acompañada de un paradójico crecimiento de la oferta. Ante tal circunstancia pierde la ilusión, pero su vinculación con una pequeña asociación local (Asenorg) le ayuda a recuperarla. Luis Alfonso confesó que el secreto de su resurgir residió en tomar como punto de partida una afición: el avistamiento de aves. Así, de un negocio estándar y sin aspectos diferenciales respecto a su competencia pasó a ser un referente para un nicho de mercado, posicionando Gredos entre el panorama de destinos ornitológicos.

En los tres casos los ponentes destacaron el proceso de aprendizaje que se atraviesa tras el primer disgusto. A menudo, el fracaso nos vuelve más trabajadores e ingeniosos y, en turismo rural, esa actitud es una receta muy necesaria porque hemos pasado muchos años durante los cuales el cliente venía solo. Asimismo, de estas intervenciones destacó la conclusión de que para “resucitar” de un fracaso hay que tener voluntad real de renovarse. Levantarse para volver a hacer lo mismo no funciona y la especialización es, en muchos casos, la fórmula para reinventarse. Por último, los micro-negocios llevan en su ADN el alma de sus creadores. Por ello, orientarlos a lo que les gusta y poner el corazón en ellos siempre dará alas al éxito y aportará una mayor capacidad de resistencia ante nuevos fracasos…. que, como todo en esta vida, seguro que en algún momento habrá que volver a superar.

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